El hambre del que habla mi abuela, ese hambre que pasó huyendo, ese hambre que pasaba al trabajar. “Mi niño, tu lo que tiene que açe´ e rebañâh to´ lo que pueda”. Por eso toda esta obra es un cante al habla, al alimento y al comer como método de socializar. 

 

A partir de cantes, palmas, cajas o taconeos flamencos se fue recreando un ambiente festivo cercano a la vorágine de sentimientos que se producen en una fiesta gitana. Todo ello está unido y mezclado con una conversación de mis abuelos, siendo ellos quienes ponen el compás para poder entender porqué ocurre lo que se escucha. Del mismo modo que todo es un camino hacia algo existente pero lejano, esta oda al acento nos lleva, caminando, trotando, incluso corriendo o huyendo hacia nuestro espacio seguro.

 

Salir del círculo es inmejorable para comprender nuestras carencias, pero más sensato es volver a las raíces cuando lo nuevo nos engulle y nos vemos fugándonos de dónde quisimos corriendo hacia delante, saltando los pasos de cebra sin tocar lo blanco.